La Vida en un Viaje de un Cobrador de Combi
(Historia creada halla por 2008, más o menos. ¿Cuando fue? En realidad no recuerdo bien.)
17 de Setiembre de 2008
Hablando sobre Lima
Lima es...
Un caos con horario fijo, una coreografía sin ensayo, un amor tóxico con tráfico incluido. Lima es ese lugar donde todo empieza tarde pero nadie espera, donde el sol sale cuando le da la gana y se va igual de antojado. Septiembre, por ejemplo. Septiembre es complicado: hace calor como si fuera verano y luego, sin pedir permiso, te escupe un frío húmedo que se te mete por los huesos aunque estés con dos casacas y la fe en alto.
En esta ciudad nadie sabe exactamente a qué hora empieza el día, pero todos saben que se empieza corriendo.
En el Paradero de Inicio
La pista todavía no despierta del todo. Son las cinco y cuarenta y cinco de la mañana y ya se ve movimiento en el paradero: el lonche a lo pobre está servido y no trae bistec, la calle es el comedor, y el aroma del emoliente hierve con fuerza como si también tuviera apuro. La vendedora es la reina del lugar, con su balde metálico, sus vitrinas llenas de pan, y su voz cansada pero firme. ``Con yapa, joven'', dice, y ese ``joven'' es la única ternura real que vas a oír en toda la jornada.
A su alrededor se agrupan los guerreros: chóferes con los ojos hinchados de sueño, cobradores que bostezan mientras ajustan el canguro lleno de sencillo, y algún vendedor ambulante que ya se va preparando con su caja de chocolates y su bocadillo de motivación.
Es el ritual de cada mañana, y aunque todos fingen que no se conocen, cada uno sabe quién falta. Y hoy no falta nadie.
El Cobrador
Ahí está, con su polo ladeado y su buzo de colegio técnico del 2004. Se llama Joel, pero todos le dicen “Cachete” porque tiene los mofletes inflados como si guardara sencillo ahí. Tiene veinte años, o tal vez treinta y pocos, nadie sabe. La edad no importa cuando todos los días haces la misma ruta desde hace cinco años y tu vida se mide en vueltas al óvalo.
Cachete es el cobrador de esta combi. Se llaman ``Los Tigres'', espera, ¿no? son ``Los Delfines'' Vaya. No quiero acordarme. Son guerreros al fin. La combi en realidad es blanca con franjas descoloridas, ¡pintalas bien! Si quieres que me acuerde. Bueno no importa sigamos. Cachete tiene cicatrices en los nudillos de tanto empujar puertas, y una vez casi se cae persiguiendo a un escolar que no quiso pagar. Pero también tiene historias, muchas. Como cuando ayudó a una señora a subir con su bebé y su carrito de mercado, o cuando casi se agarra a golpes con un tipo que quería bajarse en pleno puente de la Vía Expresa.
Tiene memoria de cóndor: se acuerda de los pasajeros que no pagan, de los que se hacen los dormidos, de los que suben y saludan con cariño. Y aunque tiene cara de pocos amigos, a veces sonríe, pero solo si el día no está tan jodido.
Arequipa con Angamos
(Es temprano en la mañana, bueno como a las 08:00 a.m, ya es tarde para algunos)
En Arequipa con Angamos, nos atoramos desde cuatro cuadras atrás, y hablo de un verdadero atoro, con tantos buses que quieren descargar a sus pasajeros, ¡y no pueden! (>︹<). ¿Pero por qué no pueden?
Porque nuestro querido alcalde es estricto y quiere que solo descarguemos en el mismo paradero, que justo es pequeño, ahí entran solo tres buses y esta en la misma Arequipa, en el centro del atoro. ¡Vaya, pero qué miope!
Cargar con tantos pasajeros tres cuadras, ¡a paso de tortuga! Si pudiera descargarlos aquí mismo embalariamos para cruzar Arequipa y habría menos tráfico. ¡Pero nooo! Tenemos que ir hasta el mismo paradero para descargarlos ahí. Y claro, no somos los únicos, hay como veinte buses más y muchas combis.
Allá esta Checho ---que se da cuento que lo miro y me saluda con un 👍(ㆆ_ㆆ)---, allá esta Chicho y allá, ¡aja!, a mitad de la intersección, en plena pista bloqueando el paso a los otros en la transversal, esta el loco. ¡Cuando no el loco! Esas cosas no se hacen, nosotros nunca lo hacemos… bueno, algunas veces, solo cuando estamos apurados.
Y ahora tenemos que hacer cola para descargar, ¡vaya que miopes!.
«Oh vaya no podemos seguir con tanta ridiculez, los voy ha descargar aquí, ya solo faltan dos cuadras»
Bajan, bajan, ¡aprovechen! No paramos en Arequipa.
Eso es verdad pero también lo digo para que bajen.
Algunos salen disparados, seguro que este atoro los ha dejado sin tiempo, otros dudan.
- ¿Que pasa?
- ¡No paro hasta el siguiente paradero!
Otro bus más adelante quiere llegar al paradero, ya esta cerca solo unos metros. La gente toca el timbre una y otra vez.
- ¡Bajaan! ¡Bajan! -grita uno que está bloqueado por los pasajeros en la puerta delantera.
- ¡Bajaaaan! -grita otro desde la puerta de atrás, mientras trata de abrirla a la fuerza.
- Disculpe. ¿Se puede bajar aquí? ---dice uno más educado que esta al costado del chofer, o quizás es solo porque esta al costado del chofer; quizás, si estuviera al fondo gritaría como los demás.
El chofer atarantado (ಠ_ಠ) por el tráfico y con gente gritando por bajar, piensa en la multa. Pero los otros buses ya han descargado a sus pasajeros:
- ¡Así, no pasa nada! ---grita--- Y si me agarran de punto, me quejaré ---Después de todo, no soy el único---, ¿porque me multarian solo a mi? Eso sería discriminación ---y abre la puerta.
Todos aprovechan y baja en tropel, pero las puertas están bloqueadas por los pequeños arbustos que nuestro inocente y falto de experiencia ``de chofer de bus'' ha puesto, seguido por un lindo pasto ---¡estoy hablando del alcalde! ¿es que no lo captas?.
Pero para la gente es solo un obstáculo y con diferentes sentimientos de culpa pisan todo; unos pisan con cuidado, pero igual ya aplastaron unas plantitas.
Hay que pena -dice una linda señora.
Otros ni siquiera lo piensan, echando la culpa al alcalde por tamaño desatino, o al tráfico, o al chofer del bus. Bueno no importa, al final, ¡es culpa del otro! No mía.
- Yo solo quiero llegar a mi trabajo ---dice un señor molesto
Todos pasaron y solo hay un poco menos de jardín. Y aquí en mi combi, siguen dudando.
- ¡No paramos en Arequipa! ¡Por si acaso! ¡No paramos en Arequipa! ---grito de una vez---. ¡Señora, mire el tráfico¡ ---chees. (ò_ó) .
A los que dudan hay que meterles miedo, eso es trabajarle a la psicología.
Por fin bajan, ahora sí, embalamos y nos vamos de frente. ¡Pero espera!
- ¡Sube! ¡Sube!
En plena Arequipa hay un pasajero que nos llama, parece que no le importa y solo quiere subir, tenemos que parar, ¯\_(ツ)_/¯ ¡Es que son dos soles! Y de S/. 2 en S/. 2 hacemos nuestro día.
Rápidamente hay que meterse a la derecha para ganarle al auto que avanza tranquilo,
- ¡Vamos, vamos! ---antes que obstruya nuestra arremetida---. Rápido Tigre, sube, sube.
Trato de agarrarlo por la espalda para levantarlo y meterlo a la combi, pero suavemente sin que se de cuenta. ¡Chees! Es que la gente se molesta. ¡Ya esta adentro! Y nuevamente embalamos. Por fin dejamos Arequipa, rumbo a la Av. Expresa.
El Último Viaje
El día ha pasado y se ha ido con todo el sol, con todo el calor, con todo el ruido. Ya es de noche. El paradero vuelve a estar medio vacío, medio dormido. Solo queda lo necesario: Cachete, el chofer ---un viejo que no habla mucho pero maneja como si la ciudad fuera suya---, y la combi, que espera como un animal cansado pero dispuesto a darlo todo una vez más.
- ¡Llama!,--- grita uno de los choferes, como quien da el último grito de guerra.
Y entonces empieza.
- ¡Sube, sube! ¡Hay espacio! ---dice Cachete con voz fuerte, pero sin desesperación.
Ya sabe que este es el último viaje, que con suerte llenan hasta La Paz y se van a dormir con diez soles más.
Solo hace un gesto. Dos dedos levantados, un leve movimiento de cabeza. Es un lenguaje universal.
El pasajero duda. Mira la combi, mira el reloj, piensa en el tráfico, en el peligro, en su cansancio. Pero Cachete no lo deja ir.
- ¡Tengo que hacerlo subir! ---piensa---. Porque cada pasajero cuenta, cada uno es el paso final de este día. Porque esta combi no se mueve por la gasolina, se mueve por la fe y los dos soles.
Y así empieza el último viaje de la noche.
En Ruta por Magdalena
(Es de noche y es el último viaje)
En Magdalena no hay paraderos, bueno sí los hay, claro que sí, ahí están, pintados bonito con su señal de tránsito y todo, pero a nadie le importa, nuestro querido alcalde es muy compresivo, que es un tipazo, un compadre, un verdadero hermano del volante, tanto así que hasta da gusto saludarlo tocando claxon cuando pasamos frente a su municipio, no como en Miraflores, que ahí bajar fuera del paradero es pecado capital, y si te agarra el poli con el pasajero bajando donde no es, te miran como si hubieras pateado a un gato, y te cae la papeleta con la frialdad de un verdugo burocrático.
Pero en Magdalena no, en Magdalena la calle es de todos, del panadero, del que vende sánguches en carretilla, del taxista, del heladero, de la señora con bolsas de mercado, y claro, de la combi que se mete donde puede y para donde quiere.
Ya estamos en la Av. Brasil, las luces de los postes tiemblan como si también tuvieran sueño, pero nosotros no, nosotros vamos embalados hacia el Jirón Grau, a ese punto mítico llamado “paradero Venus”, aunque Venus ya no existe, cerró, se vendió, o simplemente desapareció como todo lo que alguna vez fue bueno en esta ciudad. Pero la gente igual le dice así, porque los nombres no mueren, se quedan flotando en la memoria popular, como chismes que nunca se aclaran.
- ¡Vamos, chofer!,--- le digo como si estuviera dirigiendo una operación táctica nocturna, ---hay que entrar por el mercado.
Porque a esta hora, ir por la ruta habitual es perder gasolina, perder tiempo, perder fe.
El Jirón Tacna y el Jirón Salaverry están más vacíos que promesa de político, ni un alma, ni un perro callejero. Solo una calle oscura, como si la ciudad se la hubiera tragado el silencio.
Pero en el mercado de Magdalena siempre hay movimiento, siempre hay esperanza.
Así que salimos de la ruta oficial, nos desviamos como quien se sale de la ley con toda la conciencia, y doblamos sin mirar, porque aquí nadie mira, solo se siente.
Doblamos la esquina como quien esquiva una deuda, y ¡aquí nomás! ¡aquí nomás!, frenamos en seco y nos quedamos a mitad de pista, medio bloqueando la auxiliar, medio estorbando el paso de los demás, pero es solo un momento
- ¡Tranquilo causa, no te voy a quitar la vía, solo quiero ganarme un pasajero!, grito, mientras saco medio cuerpo por la puerta para mirar si viene alguien.
- La Paz, La Paz, suba señora, toda la paz, --- digo como si ofreciera el paraíso.
Y tal vez sí lo hago. Tal vez para ella, llegar a La Paz a estas horas sea lo único que necesita para sentir que el día no fue en vano.
- ¡Vamos, avancen!,--- grita una señora desde dentro, como si fuera general en plena batalla.
Ella ya quiere llegar, no tiene paciencia para el show, pero esto no es un transporte, es teatro urbano. Si no lo haces bien, nadie sube.
- Señorita, suba, suba, ¿va a La Paz? ---le repito con voz suave, casi seductora, como si le ofreciera un secreto.
Ella duda, la vergüenza la tiene clavada en el piso. A esta hora la gente está cansada, no quiere correr, pero tampoco quiere molestar. Y por eso hay que hablarles bonito, hay que llegarles al alma.
- ¡No se preocupe! Yo le espero ---le digo mientras extiendo la mano como si fuera a rescatarla de un naufragio. “Suba tranquila, esta es su nave”.
Porque nuestro servicio, aunque no tenga logo ni slogan, es completo. Desde la puerta de su casa hasta la combi, y desde la combi hasta la puerta de su trabajo. Así es. Así debe ser.
Y mientras ella sube, yo ya estoy cazando el siguiente. Porque este es el último viaje, pero no por eso el menos importante. De noche se cobra distinto. No hay tantos pasajeros, pero los que hay valen oro. Porque ya no buscan transporte, buscan refugio.
Ya está arriba. Cerramos la puerta, arrancamos, embalamos de nuevo. En el retrovisor veo la avenida como un túnel de luces parpadeantes y rostros borrosos. Un último viaje. Una última historia. Y al final, cuando dejemos el último pasajero en la esquina de su vida, podremos apagar el motor sabiendo que, al menos por hoy, cumplimos la ruta.
Comentarios
Publicar un comentario